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Extracto:El presidente apura su mandato con sus peores índices de popularidad, lleno de rencor y sumido en el mismo inquietante silencio que reina en Washington en esta insólita transición
La agenda oficial de Donald Trump para este martes, su último día entero como 45º presidente de Estados Unidos, leía así: “El presidente trabajará desde pronto por la mañana hasta bien avanzada la tarde. Hará muchas llamadas y tendrá muchas reuniones”. Nada más. El mismo vacuo mensaje que su equipo repite desde hace semanas.
Donald Trump ha pasado sus últimos días en la Casa Banca eludiendo la atención pública que ha reclamado, de manera casi patológica, durante estos cuatro años frenéticos. Desde que miles de sus seguidores asaltaron el Capitolio el 6 de enero, el presidente no ha protagonizado ninguna comparecencia pública. Apenas un puñado de declaraciones escritas o grabadas. Nada que ver con la espontaneidad con la que solía departir con los periodistas en sesiones informales que se prolongaban hasta la exageración.
Desprovisto de sus perfiles en redes sociales, que han sido su medio de comunicación habitual con el país, Trump ha renunciado a transmitir su mensaje a través de otras plataformas como la sala de prensa de la Casa Blanca. Los últimos días de su presidencia han quedado sumidos en el mismo silencio, inquietante e insólito, que se ha apoderado de una capital sitiada en esta transición de poder tan distinta de cualquier otra.
Quienes le han rodeado en sus últimos días, un círculo de aduladores cada vez más reducido, describen a un presidente aislado y enfadado que aún insiste, ante los pocos que siguen queriendo escucharle, en que ganó las elecciones del pasado 3 de noviembre. Guarda un amargo rencor a los republicanos que votaron por su impeachment y a otros que, como el líder de la minoría en la Cámara baja, Kevin McCarthy, votaron en contra, pero defendieron que Trump tiene responsabilidad por el asalto al Capitolio. Sus asesores, según la CNN, han querido limitar al mínimo las apariciones del presidente en los medios, para evitar que se salga del guion oficial sobre los disturbios en el Capitolio que marcarán su legado.
La revuelta acabó de distanciarlo de su partido, e incluso de su propio Gabinete, donde se han sucedido las dimisiones. El lunes, desde la primera planta de su residencia en la Casa Blanca, grabó un mensaje de despedida, describiendo el “milagro” de los logros de su presidencia, solo interrumpido por “el virus de China”, en un vídeo de casi 20 minutos que difundió el martes a media tarde. Solo, lleno de rencor, Trump ha dado la espalda a la tradición, y ha sido el vicepresidente Mike Pence quien ha sustituido a Trump en los rituales del traspaso de poderes, incluidas las reuniones informativas sobre la ceremonia de investidura, a la que Trump ha decidido no acudir, rompiendo una costumbre centenaria.
Donald Trump se va con un índice de aprobación del 34%, el más bajo de sus cuatro años de tumultuosa presidencia. La marca está siete puntos por debajo de su propia media, que es la más baja de cualquier presidente desde que Gallup empezó a hacer estas encuestas en 1952. Adulado ya casi solo por extremistas conspiranoicos, el presidente que prometió, en su discurso de investidura hace cuatro años, poner fin “aquí y ahora” a la “carnicería americana”, se despide en medio de la peor crisis económica desde la Gran Depresión, con un país doblegado por una pandemia que se sigue cobrando miles de muertes cada día, y con un legado de división marcado por dos impeachments.
Su actividad en los días finales de su mandato parece dirigida principalmente a torpedear la llegada al poder de su sucesor. Una lista de un centenar de controvertidos indultos, que se espera haga pública este mismo martes. Una retahíla de apresurados regalos envenenados en política exterior, cortesía de su aún leal secretario de Estado, Mike Pompeo, entre ellas la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, la declaración de los rebeldes Huthis de Yemen como organización terrorista o el levantamiento de restricciones a los contactos con Taiwán. Y, de propina, el levantamiento el lunes de la prohibición de viajeros procedentes de Europa y Brasil, justo cuando más fuerte golpea a pandemia, medida que impuso para frenar la propagación del coronavirus y que sabe que el equipo de Biden tendrá que volver a decretar.
Trump estará en Florida durante la investidura de su sucesor. Tiene previsto abandonar Washington a primera hora de la mañana, pues no está dispuesto a dejar la Casa Blanca como expresidente. No hay prevista reunión alguna con su sucesor. Donald y Melania Trump no han invitado a los Biden antes de irse, rompiendo así uno de los rituales de la transición de poder. Recibirá a los nuevos inquilinos, en su lugar, el ujier jefe de la Casa Blanca, Timothy Harleth, al que Trump se trajo de su hotel de Washington en 2017.
Por la tarde, acompañados de los expresidentes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, los Biden acudirán a depositar flores en el cementerio nacional de Arlington (Virginia). Las tres horas de duración de la ceremonia se aprovecharán para colocar en la Casa Blanca los efectos personales de los Biden. Antes, en cuanto los Trump abandonen la que ha sido su residencia, se habrá procedido a una limpieza especial a fondo de las dependencias, incluidas alfombras y cortinas, para eliminar posibles gérmenes. Ni siquiera estaba claro si Trump se dispondría a redactar una carta a su sucesor, que tradicionalmente los presidentes salientes dejan en la mesa del Despacho Oval.
Los camiones de mudanzas ya habían llegado el lunes a la residencia de los Trump de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida). Los Biden, al contrario que los Trump, compartirán dormitorio en la Casa Blanca. La primera dama saliente, a la que no se ha visto en público desde hace más de dos semanas, dormía en la suite que habitualmente ocupa la pareja presidencial, y el presidente contaba con su propio dormitorio, habilitado en una estancia habitualmente utilizada como sala de estar o estudio por sus predecesores. Las cajas con sus enseres se llevaron al club privado del complejo de Mar-a-Lago, que será por ahora la nueva residencia de los Trump. Allí, rodeado de sus asesores de confianza, estudiará sus próximos pasos.
Megalómano, adicto a la adulación, el comandante en jefe se va sin el aplauso de la multitud. Atrás quedó su plan, revelado por The Daily Beast a finales de noviembre, de despedirse de la Casa Blanca con un multitudinario mitin en el que anunciaría a sus seguidores, a bombo y platillo, su candidatura presidencial para 2024. Pero la ausencia de un público entregado no ha llevado a Trump a despojar de pompa su partida.
El comandante en jefe ha diseñado una despedida de corte militar. Un acto en la base Andrews el miércoles a las ocho de la mañana. Será, según la CNN, una ceremonia en la pista de aterrizaje llena de liturgia. Incluida una alfombra roja y un saludo con 21 fusiles. Los invitados pueden traer hasta cinco personas con ellos. Hasta este martes por la tarde no se podía hablar, según la CNN, de un éxito de convocatoria. Ni su ex jefe de gabinete John Kelly ni su exconsejero Don McGahn, por ejemplo, según The New York Times, han aceptado asistir. Se pide en la invitación, según la CBS, que los asistentes lleven máscara protectora durante toda la duración del evento. Después Trump volará hacia Florida, junto con la primera dama, en su último viaje como 45º presidente a bordo de un Air Force One que, al mediodía, como la carroza de cenicienta, le será arrebatado.
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